Sueños de gloria y libertad

Se supone que las cárceles deberían ser un lugar para que los presos cumplan una condena por un delito y donde se los encarrile para que cuando salgan puedan ser útiles en la sociedad. Por diversas razones esto no siempre ocurre. En Tailandia, uno de los países con mayor índice carcelario del mundo, han encontrado en el deporte, sobre todo en el boxeo, una vía para que aquellos que están encarcelados puedan tener un futuro lejos de la delincuencia.

Samson Sor Siriporn en 2000 fue detenida por vender droga y la obligaron a cumplir una pena de 10 años en la prisión de la ciudad de Thonburi. Allí descubrió el boxeo y comenzó a entrenar. Se levantaba a las 5:30 de la mañana para hacer ejercicio físico durante 90 minutos. A la tarde iba al gimnasio y aprendía los fundamentos básicos del pugilismo.

Siete años más tarde en un ring armado en el patio de la cárcel de Thonburi, Samson combatió ante 700 personas por el título del mundo femenino del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) en la categoría minimosca. El publico, integrado mayormente por guardias y convictos, la vio triunfar ante la japonesa Ayaka Miyano por fallo unánime. Las tarjetas de los jurados la dieron ganadora 97-93, 98-92 y 100-91. Al día siguiente de ponerse el cinturón comenzaron los trámites para entregarle la libertad condicional.

Samson celebra el título del mundo en 2007.

En 2009 Samson pasó al peso mosca y logró el cetro vacante de la Women’s International Box Association (WIBA) al superar por knock out en el noveno asalto a la sueca Klara Leiva. Actualmente reina en el peso mínimo dentro de la WIBA.

Durante el mundial amateur de Chicago en 2007 Ammat Ruenroeny se colgó medalla de bronce en la divisional de los minimosca y tuvo una especie de redención personal. Antes de subirse a los cuadriláteros era un ladrón de poca monta y consumidor de drogas. A tal punto llegaba la adicción que el día que murió su padre ni si enteró y tampoco asistió al funeral. En la estadía tras las rejas se entusiasmó con el boxeo, se puso los guantes y comenzó a practicarlo. Conquistó el campeonato nacional de Tailandia en 2007 y como reconocimiento las autoridades lo dejaron libre. Meses más tarde Ruenroeny les devolvió la gentileza con la presea en Chicago.

Al año siguiente integró la selección tailandesa que participó en los Juegos Olímpicos de Beijing y la revista Time lo ubicó en el puesto 56 en el listado de los 100 deportistas que había que seguir en la cita olímpica. “No puedo creer que estoy en el equipo olímpico. Todavía debería estar en la cárcel”, expresó Ruenroeny. Quería subirse al podio para dedicárselo a su padre, pero no pudo. En los cuartos de final perdió 5-2 con el mongol Serdamba Purevdorj.

Ammat Ruenroeny festeja el oro en los Juegos del Sudoeste asiático de 2007.

Las actuaciones de estos púgiles sirven de motivación para aquellos que todavía están peleando, nunca mejor dicho, para remendar los errores del pasado. Uno de ellos es Paringa Nopchaya, quien cumple una pena de 12 años por robar motocicletas y tiene como meta llegar a los Juegos Olímpicos de Londres 2012. “Lo hice mal y esto me ha dado una oportunidad de hacer algo en la vida”, le reconoció a la agencia Reuters. “Soy un hombre cambiado. Quiero una vida como campeón y no como criminal”, contó Teerayuth Wanaprasit, en prisión por vender drogas.

“Ellos pelean por su libertad, para convertirse en campeones y nosotros apoyamos eso. También le damos disciplina para que puedan ser buenos ciudadanos”, explicó Preeda Nilsiri, jefe de la correccional de Thonburi. El ejército envió entrenadores para que los peleadores puedan tener una preparación física más intensa. “Tienen más disciplina que nuestros soldados”, comentó el Mayor Thong Thanahum. La otra opción para los reclusos es trabajar en la lavandería o cosiendo ropa.

Experiencias similares se han repetido en otras partes del mundo, pero estas todavía no han alcanzado los niveles que ha logrado Tailandia, que produce deportistas de elite. En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, en varias penitenciarias se están formando equipos de rugby o de fútbol. Estás son sólo muestras que el deporte no es sólo un negocio, sino también una herramienta de integración muy importante y que muchas veces desde los gobiernos se la ignora.

Fuentes/Links relacionados

Ganar peleas para salir de prisión (El País)

Thai jail inmates fight to win freedom (The Herald Tribune)

Samson defends WIBA title against Lin on July 28th (Boxing News)

Thai prisoner boxes for freedom (BBC)

100 Olympic Athletes To Watch-Amnat Ruenroeng (Time)

Siriporn beats Miyano, boosts parole chances (ESPN)

La derrota que entristeció a una cárcel tailandesa (Marca)

Mito y leyenda

«Qué le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che, hasta el más maula. Te sacuden contra las sogas, te encajan la biaba. Andá, andá, qué venís con consuelos vos…» Julio Cortázar.
«Torito» (Final del Juego, 1956) primeras líneas

Justo Suárez fue el primer gran ídolo que dio el deporte argentino. A fuerza de golpes, no sólo en el ring, sino también en la vida, se ganó en poco tiempo la admiración de las masas que se sintieron identificadas con su historia. Desde la miseria más absoluta llegó al estrellato y casi a la misma velocidad que ascendió se hundió en un ocaso muy oscuro. Adelantándose a lo que diría Jim Morrison, fallecido cantante de The Doors, varias décadas más tarde, el Torito de Mataderos vivió rápido y murió joven, porque una tuberculosis terminó con su vida cuando sólo tenía 29 años.
Allá por la década del 30 Argentina tenía una muy marcada diferencia económica y que alguien de clase baja llegara a codearse con las altas esferas era una utopía. Por eso cuando alguno lo conseguía era idolatrado y esto le sucedió a Suárez. Fue el decimoquinto hijo de una familia que tuvo 24 hijos y ya desde su más temprana infancia se vio obligado a rebuscársela para llevar el pan a su casa. Desde los 9 años trabajó de lustrador, canillita o mucanguero, encargado de bajar de las canaletas la grasa liviana, llamaba mucanga, de los mataderos. Mientras tanto empezaba a tirar sus primeros golpes, sin demasiada ortodoxia, en un improvisado ring en el fondo su casa.
A los 19 años ya era profesional, lo que le permitía ganarse algunos pesos extras peleando en festivales en cualquier punto de Buenos Aires. En una de estas reuniones celebrada en la calle Florida, algo que para la época ya era todo un logro, Suárez recibió el mote que lo marcaría para toda la eternidad: Torito de Mataderos. Con un estilo arrollador y por momentos desordenado, fue demoliendo rivales, por lo que sus actuaciones comenzaron a convocar cada vez más público. Fue así como llegó a José Lecture. «Vos peleás a la criolla, tenés que aprender», le dijo el creador del mítico Luna Park, que se encargó de aleccionarlo.
Dos años después estaba peleando por el título argentino liviano y una multitud ya lo acompañaba. La vieja cancha de River Plate fue el escenario en donde se midió con Julio Mocoroa, al cual venció por puntos. La revancha no se pudo hacer porque el campeón saliente murió tiempo después. Para esa altura, el Torito de Mataderos ya vestía trajes de primera, su figura estaba más cerca de los niños bien que los trabajadores con los que se codeaba en su infancia, aunque nunca los olvidaba. Por primera vez, las ignoradas clases bajas veían como uno de los suyos salía de la pobreza para vivir con todas las comodidades. Además se había casado con Pilar Bravo, una joven telefonista que lo acompañó durante algunos años hasta que se divorciaron cuando el declive ya parecía al indefectible. (Foto: Justo Suárez durante un descanso después de un entrenamiento).
«De Mataderos al Centro/y del Centro a Nueva York», rezaba la letra de uno de los tantos tangos que en esa época se escribieron para homenajearlo. Gracias a la popularidad que había conseguido en Argentina, pudo tomarse un barco para irse a probar suerte a Estados Unidos, la gran meca del boxeo. Otra vez hizo todo a gran velocidad. En 4 meses hizo 5 peleas y arrasó a sus rivales para rápidamente hacerse un nombre. Volvió al país con toda la gloria. A su vuelta peleó en un Luna Park repletó ante el chileno Tani Loayza, al cual le ganó por puntos en una de las mejores pelas de su carrera, en la cual registró 24 triunfos, 2 caídas, 1 empate y 1 sin decisión. Entre los presentes se encontraba el presidente Uriburu y los príncipes de Inglaterra Eduardo de Windsor y Jorge de Kent, que lo aplaudieron de pie desde la primera fila cuando el árbitro le levantó la mano para declararlo triunfador.
Su vida era color de rosa. Pero duro un suspiró, como todo en su vida. Retornó a Nueva York para ir por el título del mundo, pero las risas se empezaron a borrar y de a poco todo se fue tiñendo de negro. En su camino hacía el cetro mundialista, tuvo que enfrentarse con un duro como Billy Petrole, que no era alguien de renombre pero se ganaba el pan probando figuras antes de una gran cita. El local fue demasiado y el Torito de Mataderos cayó en 9 asaltos, lo que fue su primera derrota en el campo profesional. Al mismo tiempo, también perdía en lo sentimental porque su esposa lo dejaba. El divorcio ya era cosa juzgada.
La chance de pelear por convertirse en rey de los livianos se había esfumado. Ese fue el comienzo del fin, en especial porque la tuberculosis ya se estaba cumpliendo un papel importante. En 1932 Victor Peralta le sacaba el cinturón al gran ídolo popular y esto trajo aparejada la separación con Lecture, quien fue su representante y mentor. La última vez que se lo vio arriba de un ring fue ante su amigo Juan Pathenay, que subió con la consigna de no pegarle. Así y todo le ganó y no sólo el triunfador lloró, sino también que todo el Palacio de los Deportes, que vivió una de sus noches más negras.
La enfermedad estaba ganando por knock out. Se traslado a Córdoba con la poca plata que le quedaba. Tres años después moría en la miseria absoluta con una de sus hermanas al lado y lejos de toda la gloria que lo había acompañado. Sus restos fueron traídos a Buenos Aires desde Cosquín. Cuando el cortejo fúnebre que lo conducía al cementerio de la Chacarita, la multitud que lo despedía levantó el cajón y lo llevó hasta el Luna Park para darle el último adiós en el lugar en el cual el Torito de Mataderos había escrito varias de las páginas más gloriosas de su efímera historia. (Imagen: Justo Suárez junto con jugadores de San Lorenzo previo a un partido).
Justo Suárez fue más que un ídolo deportivo. Le permitió, quizás por primera vez en la historia argentina, a las clases trabajadoras, muy denostadas por la oligarquía nacional, tener a alguien de su mismo origen codeándose con presidentes y príncipes. Años más tarde, José María Gatica, tendría una historia de vida similar. Gracias a este lugar privilegiado en el cual lo había puesto el pueblo, el Torito de Mataderos se convirtió en leyenda, algo muy difícil y que pocos pueden lograr.

Links relacionados

Texto completo de Torito
Muñeco al suelo, tango dedicado a Justo Suárez
Suárez-Miller en Estados Unidos